Nota Preliminar (Segunda parte)
No siempre la iniciación de la República es una fuente de optimismos, ni de ejemplos dignos de seguirse. Ni de estímulos para crear una esperanza o alentar una fe. Descartando unos pocos períodos de grandes caracteres y vigorosas creaciones, verdad que adquiere, más bien, un tinte sombrío de continua tragedia, a través de la cual va operándose el proceso doloroso de la constitución nacional, en medio de las quejumbres y lágrimas de todo un pueblo, desorientado y enfermo. Pero la República, así tan desoladora, no constituye, ciertamente, una causa, sino un efecto; pues la irrupción democrática ocurre en un momento histórico especial de nuestro país, cuando problemas de raza, de educación, de influencias tradicionales, de economía y hasta de geografía física han estado recientemente por conocerse, como cuestión previa a cualquier inmensa transformación política.
Y este aspecto fundamental de nuestra historia republicana no debe olvidarse o ignorarse. En él puede encontrarse la clave de mucha desventura y la explicación de tanto fracaso hasta hoy tan mal atribuido.
Mi posición, al contemplar la historia, es, substancialmente, realista.
Nuestra historia republicana resultaría ferozmente desleal si se la juzgara por los utopismos y charlatanerías que a la primera tentativa de realización cayeron en descrédito, y sería atrozmente desmoralizadora y deprimente si se la escribiera con los ímpetus del tropicalismo condenatorio que hizo que Montalvo llamase a sus compatriotas “camanduleros de por vida”.
Nada de lirismos que obscurezcan la vista: solo el movimiento de las realidades, con sus proyecciones positivas en el destino social.
Este método, por otra parte, además de asegurarnos la veracidad, no nos impedirá encontrar, legítimamente, desde luego, aún en medio de las más terribles desolaciones, cualquier resquicio para encender alguna fe o para reavivar, enérgicamente, en el dolorido corazón nacional, alguna fuerte esperanza. ÓSCAR EFRÉN REYES.